LAS LARGAS ESPERAS EN LA VEREDA DE LOS TRIBUNALES FEDERALES
Vienen asistiendo con puntualidad militante a las audiencias por la causa Díaz Bessone. Uno de ellos es Félix López, testigo de la causa, quien fue secuestrado el 13 de agosto de 1976 en la fábrica donde trabajaba.
Por Sonia Tessa
Sólo las tortas y los mates que todas las jornadas del juicio, con paciencia militante, lleva Margarita, mitigan las largas esperas en la vereda de los Tribunales Federales, en Oroño al 900, donde un puñado de militantes históricos y algunas de las más jóvenes aguantan el frío y el viento sin chistar. La audiencia de la causa Díaz Bessone empezó ayer a las 10.40, y en menos de una hora la secretaria Silvina Andalaz terminó de leer las requisitorias de elevación a juicio de la acusación contra José Antonio Scortecchini por asociación ilícita. Esta semana, el tribunal es presidido por Otmar Paulucci. Tras un cuarto intermedio que duró otra media hora, se retomó la audiencia con la acusación por la desaparición de Sonia Beatriz González, una militante que fue secuestrada en su casa -en la calle Centeno, de Rosario el 15 de julio de 1976. Trabajaba en el frigorífico Swift. Su madre, Teresa Patrón Avalos de González, relató en el expediente que la joven estaba enferma cuando se la llevaron, y que la buscó incansablemente, pero sólo obtuvo respuestas negativas de las autoridades militares de entonces. Entre el público está sentado Félix López, uno de los testigos de la causa. Ojos claros, cara colorada, de gringo, López lleva puesto sobre su buzo azul un prendedor con la cara de Teresa Soria de Sklate, una de las desaparecidas que pasó por el Servicio de Informaciones y de allí fue trasladada a la Quinta de Funes.
Félix la escuchó decir: "Lo único que no les perdono a estos hijos de puta es que le hayan choreado el nieto a mi mamá y a mi suegra", cuando la llevaban. El pensó -aún piensa que Teresa fue desde allí a la muerte, pero en realidad antes fue trasladada al otro centro clandestino de detención. Félix jamás olvidará aquellas palabras, que lo marcaron a fuego. "La altura con que se despidió. No pensaba en ella, sino en su hijo, en su madre", relata durante el cuarto intermedio, en la vereda de los Tribunales, mientras el frío cala los huesos y él se abriga con una superposición de remera, pullover y buzo. El mismo tiene pendiente la visita al Hogar del Huérfano, en busca de sus orígenes, y celebra que el hijo de su admirada Teresa haya sido devuelto de inmediato a la familia. A Félix lo secuestraron el 13 de agosto de 1976. Lo fueron a buscar a la fábrica donde trabajaba, la fundición Herchamet. El no se proletarizó, sino que era proletario. Había crecido casi a la deriva, vendía diarios para sobrevivir. "Después me enteré qué era el neoliberalismo", cuenta mientras espera que se reanude la audiencia. "Es que en la fundición había que llegar a 3500 grados para que el acero se haga líquido. Y no había ningún interruptor para cortar la electricidad. Los delegados de la UOM estaban arreglados con la patronal, entre 350 trabajadores, éramos sólo 5 los que tratábamos de reaccionar". Del Servicio de Informaciones, Félix recuerda que estaba recibiendo una fuerte golpiza cuando escuchó que alguien decía: "A este no le des más porque está a disposición del PEN (Poder Ejecutivo Nacional)". Sintió una fuerte patada en los pulmones, y luego dejó de recibir golpes. Aún no sabe quién presentó el hábeas corpus por su detención. A fines de agosto lo enviaron a la Unidad 3, junto a otros compañeros. Allí estuvo casi un mes y luego fue trasladado a Coronda. Lo liberaron el 9 de febrero de 1979.
Mientras estaba en la cárcel se separó. Es que su esposa de entonces lo iba a visitar, para sermonearlo. Le decía que él había elegido "el mal camino", que debía portarse bien. Un día se cansó, y le dijo que no fuera más. Sus suegros también lo condenaban. Y su madre había muerto poco tiempo antes. Al salir, concretó la separación. Y se fue a trabajar en el sur, durante un año. Una noche llamó al programa de Angelita Moreno, habló por radio de su necesidad de distracción, y recibió unas cuantas cartas. Una de ellas estaba escrita por quien luego sería su mujer, 23 años mayor que él, de la que enviudó hace unos años.
Félix habla de su vida con cierta avidez por contar. Dice que en Coronda aprendió lo que era compartir, a través de una anécdota. El no recibía ninguna provisión del exterior, pero sus compañeros socializaban todo. Un día, el cantinero le dio un paquete de tabaco, y le indicó que armara cigarrillos. El hizo 6 o 7, nada más, y los dejó a un lado. Eran suficientes para él. El compañero le reprochó: "Armá para todos, acá todo se comparte". Entre anécdotas y relatos, reconoce la tarea de su abogada, Inés Cozzi, a quien dice deberle "una barbaridad". Está jubilado, gracias a la moratoria previsional, ya que la fundición -aquella de la que lo llevaron no le hizo aportes durante los 13 años trabajados.
En la vereda se ven algunas de las caras habituales. Sobre el mediodía hay varias personas cumpliendo el rito del aguante. Ramón Verón, Alicia Lesgart, la incansable Madre Herminia Severini, Juan Rivero, Olga Moyano, Margarita que ceba mates para todo el mundo; Angel "Chichín" Ruani, que estuvo preso en Coronda con Félix y lo recuerda como un tipo siempre alegre, que sacaba de la manga algún tango para recitar, poemas de Gagliardi, de Julián Centeya, para matizar las largas horas en la cárcel. Junto a ellos, varias jóvenes se suman a la espera, que se interrumpe a las 12.40.
La entrada del público se demora porque los magistrados olvidan dar la autorización de ingreso al personal de Gendarmería encargado de la seguridad. Dentro de la sala, se lee la acusación por la desaparición de Sonia Beatriz González. En ese documento, se consigna que a Elena Marull de Cialceta le informaron que su hija, Cristina Cialceta, no se encontraba a disposición del área 211 del Ejército, a cargo de Julián Gazari Barroso, la que actuaba en esta zona. El mes pasado se identificaron los restos de Cristina e Yves Domergue, su novio. Los dos eran militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores, fueron secuestrados en Rosario, estuvieron en el Batallón 121, los fusilaron y dejaron sus cuerpos en un camino rural entre Carreras y Melincué. Durante 34 años estuvieron enterrados como N.N.
Mientras Paulucci, Beatriz Barabani de Caballero y Jorge Benegas Echagüe, los tres integrantes del Tribunal Federal Oral, escuchan la lectura, los acusados tienen diferentes actitudes. Sólo Ricardo Chomicky, el civil que ingresó secuestrado y luego colaboró con la patota, y Mario Alfredo Marcote, apodado "El Cura", se mantienen erguidos durante la audiencia. Ramón Genaro Díaz Bessone tiene permiso para presenciar el juicio desde una sala contigua, en razón de su edad, de modo que no está a la vista. Scortecchini y Ramón Rito Vergara, ex suboficiales de la policía, no levantan la cabeza. Miran para abajo todo el tiempo. José Rubén "El ciego" Lofiego cabecea, se queda dormido mientras se lee la tipificación de los crímenes de lesa humanidad.
Vienen asistiendo con puntualidad militante a las audiencias por la causa Díaz Bessone. Uno de ellos es Félix López, testigo de la causa, quien fue secuestrado el 13 de agosto de 1976 en la fábrica donde trabajaba.
Por Sonia Tessa
Sólo las tortas y los mates que todas las jornadas del juicio, con paciencia militante, lleva Margarita, mitigan las largas esperas en la vereda de los Tribunales Federales, en Oroño al 900, donde un puñado de militantes históricos y algunas de las más jóvenes aguantan el frío y el viento sin chistar. La audiencia de la causa Díaz Bessone empezó ayer a las 10.40, y en menos de una hora la secretaria Silvina Andalaz terminó de leer las requisitorias de elevación a juicio de la acusación contra José Antonio Scortecchini por asociación ilícita. Esta semana, el tribunal es presidido por Otmar Paulucci. Tras un cuarto intermedio que duró otra media hora, se retomó la audiencia con la acusación por la desaparición de Sonia Beatriz González, una militante que fue secuestrada en su casa -en la calle Centeno, de Rosario el 15 de julio de 1976. Trabajaba en el frigorífico Swift. Su madre, Teresa Patrón Avalos de González, relató en el expediente que la joven estaba enferma cuando se la llevaron, y que la buscó incansablemente, pero sólo obtuvo respuestas negativas de las autoridades militares de entonces. Entre el público está sentado Félix López, uno de los testigos de la causa. Ojos claros, cara colorada, de gringo, López lleva puesto sobre su buzo azul un prendedor con la cara de Teresa Soria de Sklate, una de las desaparecidas que pasó por el Servicio de Informaciones y de allí fue trasladada a la Quinta de Funes.
Félix la escuchó decir: "Lo único que no les perdono a estos hijos de puta es que le hayan choreado el nieto a mi mamá y a mi suegra", cuando la llevaban. El pensó -aún piensa que Teresa fue desde allí a la muerte, pero en realidad antes fue trasladada al otro centro clandestino de detención. Félix jamás olvidará aquellas palabras, que lo marcaron a fuego. "La altura con que se despidió. No pensaba en ella, sino en su hijo, en su madre", relata durante el cuarto intermedio, en la vereda de los Tribunales, mientras el frío cala los huesos y él se abriga con una superposición de remera, pullover y buzo. El mismo tiene pendiente la visita al Hogar del Huérfano, en busca de sus orígenes, y celebra que el hijo de su admirada Teresa haya sido devuelto de inmediato a la familia. A Félix lo secuestraron el 13 de agosto de 1976. Lo fueron a buscar a la fábrica donde trabajaba, la fundición Herchamet. El no se proletarizó, sino que era proletario. Había crecido casi a la deriva, vendía diarios para sobrevivir. "Después me enteré qué era el neoliberalismo", cuenta mientras espera que se reanude la audiencia. "Es que en la fundición había que llegar a 3500 grados para que el acero se haga líquido. Y no había ningún interruptor para cortar la electricidad. Los delegados de la UOM estaban arreglados con la patronal, entre 350 trabajadores, éramos sólo 5 los que tratábamos de reaccionar". Del Servicio de Informaciones, Félix recuerda que estaba recibiendo una fuerte golpiza cuando escuchó que alguien decía: "A este no le des más porque está a disposición del PEN (Poder Ejecutivo Nacional)". Sintió una fuerte patada en los pulmones, y luego dejó de recibir golpes. Aún no sabe quién presentó el hábeas corpus por su detención. A fines de agosto lo enviaron a la Unidad 3, junto a otros compañeros. Allí estuvo casi un mes y luego fue trasladado a Coronda. Lo liberaron el 9 de febrero de 1979.
Mientras estaba en la cárcel se separó. Es que su esposa de entonces lo iba a visitar, para sermonearlo. Le decía que él había elegido "el mal camino", que debía portarse bien. Un día se cansó, y le dijo que no fuera más. Sus suegros también lo condenaban. Y su madre había muerto poco tiempo antes. Al salir, concretó la separación. Y se fue a trabajar en el sur, durante un año. Una noche llamó al programa de Angelita Moreno, habló por radio de su necesidad de distracción, y recibió unas cuantas cartas. Una de ellas estaba escrita por quien luego sería su mujer, 23 años mayor que él, de la que enviudó hace unos años.
Félix habla de su vida con cierta avidez por contar. Dice que en Coronda aprendió lo que era compartir, a través de una anécdota. El no recibía ninguna provisión del exterior, pero sus compañeros socializaban todo. Un día, el cantinero le dio un paquete de tabaco, y le indicó que armara cigarrillos. El hizo 6 o 7, nada más, y los dejó a un lado. Eran suficientes para él. El compañero le reprochó: "Armá para todos, acá todo se comparte". Entre anécdotas y relatos, reconoce la tarea de su abogada, Inés Cozzi, a quien dice deberle "una barbaridad". Está jubilado, gracias a la moratoria previsional, ya que la fundición -aquella de la que lo llevaron no le hizo aportes durante los 13 años trabajados.
En la vereda se ven algunas de las caras habituales. Sobre el mediodía hay varias personas cumpliendo el rito del aguante. Ramón Verón, Alicia Lesgart, la incansable Madre Herminia Severini, Juan Rivero, Olga Moyano, Margarita que ceba mates para todo el mundo; Angel "Chichín" Ruani, que estuvo preso en Coronda con Félix y lo recuerda como un tipo siempre alegre, que sacaba de la manga algún tango para recitar, poemas de Gagliardi, de Julián Centeya, para matizar las largas horas en la cárcel. Junto a ellos, varias jóvenes se suman a la espera, que se interrumpe a las 12.40.
La entrada del público se demora porque los magistrados olvidan dar la autorización de ingreso al personal de Gendarmería encargado de la seguridad. Dentro de la sala, se lee la acusación por la desaparición de Sonia Beatriz González. En ese documento, se consigna que a Elena Marull de Cialceta le informaron que su hija, Cristina Cialceta, no se encontraba a disposición del área 211 del Ejército, a cargo de Julián Gazari Barroso, la que actuaba en esta zona. El mes pasado se identificaron los restos de Cristina e Yves Domergue, su novio. Los dos eran militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores, fueron secuestrados en Rosario, estuvieron en el Batallón 121, los fusilaron y dejaron sus cuerpos en un camino rural entre Carreras y Melincué. Durante 34 años estuvieron enterrados como N.N.
Mientras Paulucci, Beatriz Barabani de Caballero y Jorge Benegas Echagüe, los tres integrantes del Tribunal Federal Oral, escuchan la lectura, los acusados tienen diferentes actitudes. Sólo Ricardo Chomicky, el civil que ingresó secuestrado y luego colaboró con la patota, y Mario Alfredo Marcote, apodado "El Cura", se mantienen erguidos durante la audiencia. Ramón Genaro Díaz Bessone tiene permiso para presenciar el juicio desde una sala contigua, en razón de su edad, de modo que no está a la vista. Scortecchini y Ramón Rito Vergara, ex suboficiales de la policía, no levantan la cabeza. Miran para abajo todo el tiempo. José Rubén "El ciego" Lofiego cabecea, se queda dormido mientras se lee la tipificación de los crímenes de lesa humanidad.
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