De vuelta en las aulas del Buenos Aires
Era una publicación clandestina que surgió como un modo de quebrar el aislamiento y el miedo que imponían las autoridades del colegio. Se publicaron 25 números durante nueve años. Sus redactores se reencontraron y contaron su experiencia a los actuales alumnos.
Por Werner Pertot
Los claustros de los secundarios guardan historias de militancia, de resistencia, de amor, de locura y también de muerte. Por caso, el Colegio Nacional de Buenos Aires. En 1978, sus estudiantes encontraron la forma de oponer el humor al miedo, la palabra al silencio, la solidaridad a la persecución. El medio fue una revista clandestina, que circulaba de mano en mano. Se llamó Aristócratas del Saber (ADS), en abierta ironía sobre el discurso elitista de las autoridades, cuyo lema era “mejorar lo bueno para ser los mejores”. Sus redactores se encontraron treinta años más tarde, primero en la rectoría del Buenos Aires, luego en una pizzería, en la Puerto Rico, en las casas de algunos de ellos. Muchos no se conocían: se presentaron por los pseudónimos que esgrimieron en la clandestinidad. Crearon un grupo de Facebook (CNBA: Aristócratas del Saber) al que se acercaron decenas para compilar la revista, hacer un libro, un documental.
El nombre surgió durante una competencia de natación. Allí, el vicerrector Icas Micillo dijo que los estudiantes del Buenos Aires tenían los uniformes más estrictos porque estaban orgullosos de ser Aristócratas del Saber. En el texto que escribieron 30 años después, titulado Bautizada por el enemigo, los ex alumnos señalan que tomaron en “un giro irónico ese comentario elitista y discriminatorio”. El sentido de la ironía se fue perdiendo a lo largo de los años, hasta el punto de que otras generaciones lo ponía entre signos de pregunta: ¿Aristócratas del Saber?
Los ex alumnos entregaron la compilación de las revistas, editada en tomos rojos, a la biblioteca del Buenos Aires el 16 de septiembre. También conversaron con los estudiantes actuales en las aulas del claustro del primer piso. Algunos hacían circular un mate. Otros estaban pintados como para una vuelta olímpica. Tenían remeras para la marcha de La Noche de los Lápices que decían: “Las ideas no pueden desaparecer”.
Al aula, march
Los hacían formar antes de entrar al aula –como muestra el inicio de la película La mirada invisible, de Diego Lerman, donde ADS tiene una pequeña aparición– y les hacían escuchar “Aurora”. Los movimientos dentro del colegio eran siempre en fila y en estricto silencio, siempre en silencio. Un “esquema normativo para preceptores” que escribieron las autoridades decía que los alumnos debían tener una dosis de “razonado temor”.
Tenían prohibido el contacto con alumnos de otros claustros. Había “zonas verdes” por las que podían circular y “zonas blancas”, vedadas. Para ir al baño o ir a otra parte del secundario tenían que pedir permiso por escrito (“pedir parte”). El uniforme era estricto hasta el paroxismo y controlaban permanentemente el largo del pelo de los varones (dos dedos por encima del cuello de la camisa) y de la pollera de las mujeres. El reglamento prohibía cualquier tipo de agrupación colectiva.
Héctor, un ex alumno, relató ante los estudiantes que en 1976 separaron las divisiones y los mezclaron para que no se conocieran. Que buscaron incentivar las delaciones entre alumnos. También que dividían en el aula a varones de mujeres. Los estudiantes lo miraban algo incrédulos.
–Pero, ¿cómo hacían para hablar entre ustedes? –preguntó Sofía, una alumna con la nariz pintada de rojo.
–Y... por messenger –bromeó Gustavo Hurtado–. No, nos reuníamos afuera del colegio.
Clandestina
ADS surgió como una forma que quebrar el aislamiento, el miedo, los controles asfixiantes. La inició Ignacio Lewkowicz, un alumno que venía de militar en la Federación Juvenil Comunista (la Fede) y que en 2004 falleció en un accidente. Es por eso que el reencuentro tiene un sentido también de homenaje a él. El primer número, sin nombre, había circulado de mano en mano. La mayoría de las notas eran sátiras a las autoridades. “Salimos de nuevo. Parece mentira, pero la idea de 2 o 3 pibes se fue haciendo carne en los demás. Empezaron a aparecer colaboraciones, a llover críticas: que el crucigrama es horrible, que la revista es poco amplia”, contaban en el editorial del segundo número, de 1978. En la tapa, le agregaron un subtítulo al nombre de la revista: “Publicación casi mensual de los internos del Real Colegio de San Carlos”.
“Debemos estar juntos, debemos levantar nuestras armas de papel y convertirnos en milicianos de tinta porque esta revista es el lazo, es la cadena que nos falta para vencer al doctor loco de esta novela de ciencia ficción, que quiere matar nuestra mente y convertirnos en humanoides”, escribían en 1979. La revista tenía un estilo retro, confeccionado por “las chicas de diseño”. La clandestinidad era central: firmaban con pseudónimo y había un decálogo de medidas de seguridad (ver aparte). “Uno le daba al que sabía que estaba en la revista notas que quería publicar, pero entonces había reuniones de la revista en las que, por democracia simple, decidíamos si se publicaba. Podíamos estar horas leyendo”, le contaba Mariana Lewkowicz a los estudiantes, que se preguntaban cómo era eso de hacer la revista con cinta scotch y sin computadora.
–¿Y tus papás qué te decían? –preguntó una alumna.
–Mis viejos no se enteraban de la revista... como tampoco se enteraron de muchas otras cosas –respondió Hurtado, entre risas de los adolescentes. Lo miraron algo risueños cuando contó que un profesor de música les hacía levantar el brazo como el saludo romano y decirle: “Ave, magister”.
Del grupo de la revista surgió la idea de hacer campamentos, lo que permitió que se encontraran estudiantes de distintos años. “Nos conocimos sin uniforme y te das cuenta de que hay minas en el colegio que parece que no pasa nada y resulta que la descosen”, escribía uno de los redactores en 1978 sobre el primer campamento en Chascomús, donde rompieron el cerco impuesto por las autoridades. La revista fue pasando de generación en generación: en una ceremonia en Plaza San Martín, Nacho Lewkowicz les pasó la posta de la revista a Miguel Pesce, Gustavo “El Oso” Rappaport y Eduardo “Titi” Elicegui (en realidad, les entregó un tampón). Llevaron una bandera de ADS y un muñeco del prefecto, jefe de los celadores, Tito Gristelli, que quemaron en una fogata al estilo The wall.
Interrogatorios
A partir de 1981, hablaron de la posibilidad de crear un centro de estudiantes y allí fue cuando las autoridades secuestraron un número entero de ADS. Identificaron a una estudiante que militaba en Franja Morada y participaba de la revista. Un celador la sacó del aula y la llevó a rectoría, donde le hicieron un interrogatorio de tinte policial. “Siendo las 13.40 horas comparece Mercedes Paula González, alumna de la cuarta división de sexto año, sección de la tarde, la cual, a preguntas que le son formuladas a viva voz, responde...”, comienzan las actas del interrogatorio. Le mostraron los ejemplares y le exigieron que diera los nombres de los otros integrantes de la revista. González respondió que sólo sabía algún sobrenombre.
Se multiplicaron los llamados a rectoría y los interrogatorios. A Gustavo Hurtado lo sacaron del aula y antes de irse le dijo a una compañera: “Si no vuelvo, avisá a mi casa”. Lo encerraron en un cuartito durante una hora y media, donde lo amenazaron. Después lo llevaron ante las autoridades, que repitieron las preguntas:
–Nosotros sabemos que usted el año pasado estuvo pegando obleas en los baños –le espetaron.
–¿Cómo me va a decir que yo pego galletitas en los baños? –se hizo el tonto Hurtado. El jefe de celadores se levantó y lo agarró. “Me estás tratando de boludo”, se enfureció. El interrogatorio siguió en ese tono: “Nosotros no sabemos por qué puerta lo vamos a tener que llevar. Acá hay muchos desaparecidos”, le sugerían, como buenos cómplices civiles.
–Usted es amigo de “El Oso”. ¿Cuál es el nombre del Oso?
–No sé. Aparte del Oso, está el Pájaro, el Mono –empezó a inventar.
Al salir del interrogatorio, Valeria Hasse lo llevó a tomar un café para que se tranquilizara. Al siguiente día, un celador le preguntó: “¿Qué estaba haciendo usted a las seis de la tarde con Hurtado?”. Luego le plantaron un auto en la puerta de su casa. Mariana Lewkowicz también se encontró con que un celador la seguía por la calle.
Los aprietes fueron un momento clave. Los redactores decidieron vencer el miedo y seguir con la revista. “Hoy estamos nuevamente ante ustedes. No fue fácil. Hubo mucho miedo y esto en algún momento nos paralizó. Creyeron que con persecuciones detectivescas podían hacernos callar. Pero no pudieron”, escribieron en el número siguiente. “Vamos a seguir con la revista, con los campamentos y con el centro de estudiantes con más fuerza que nunca. Porque hay cosas que no se pueden matar. Porque están latentes, porque son vitales, porque son auténticas. Esas cosas son nuestra juventud, nuestra libertad de pensar y nuestro odio a la mentira y la injusticia.” “En el ejemplar decía que se imprimieron mil cuatro. Mil para los alumnos y cuatro para las autoridades”, les relató Mariana Lewkowicz a los estudiantes actuales.
La revista continuó hasta la llegada de la democracia, donde las autoridades de la dictadura se marcharon entre los huevazos de las vueltas olímpicas y las asambleas del centro de estudiantes (el Cenba) que nació el 11 de octubre de 1982. En 1984, mientras desaparecían los jumpers y uniformes, ADS llegó a tener un aula donde podía trabajar. “Fue una fiesta”, coinciden Daniela Acher y Lautaro Paramidessi, que egresaron en 1985 y 1986, respectivamente. En la revista empiezan a aparecer los nombres reales de los que la hacían (muchos con el pseudónimo anterior entre paréntesis). Los últimos redactores de ADS hicieron un “número de despedida” en 1986. “Proponemos este último número de ADS con la perspectiva de que aquellos años inferiores tomen la posta y saquen otra revista, que no se llamará ADS por todo lo que significó: una época, un estilo, una escapatoria, una propuesta y una respuesta a un medio represivo”, dice el último editorial de la revista que duró nueve años, tuvo 25 números y unió a cientos de estudiantes en dictadura.
Decálogo de clandestinidad
La distribución de la revista clandestina era acompañada por un texto que se repetía número tras número: “La revista es algo para todos y por la equivocación de uno podemos pagarla caro muchos. Es por eso que queremos subrayarles la importancia de que ADS permanezca en las sombras. Es una condición fundamental cumplir con cada una de las siguientes recomendaciones:
- No llevarla al colegio.
- No dársela a un preceptor, por más gamba que parezca.
- No leerla en el subte.
- No leerla en la puerta del colegio.
- No comentarla en los claustros.
Era una publicación clandestina que surgió como un modo de quebrar el aislamiento y el miedo que imponían las autoridades del colegio. Se publicaron 25 números durante nueve años. Sus redactores se reencontraron y contaron su experiencia a los actuales alumnos.
Por Werner Pertot
Los claustros de los secundarios guardan historias de militancia, de resistencia, de amor, de locura y también de muerte. Por caso, el Colegio Nacional de Buenos Aires. En 1978, sus estudiantes encontraron la forma de oponer el humor al miedo, la palabra al silencio, la solidaridad a la persecución. El medio fue una revista clandestina, que circulaba de mano en mano. Se llamó Aristócratas del Saber (ADS), en abierta ironía sobre el discurso elitista de las autoridades, cuyo lema era “mejorar lo bueno para ser los mejores”. Sus redactores se encontraron treinta años más tarde, primero en la rectoría del Buenos Aires, luego en una pizzería, en la Puerto Rico, en las casas de algunos de ellos. Muchos no se conocían: se presentaron por los pseudónimos que esgrimieron en la clandestinidad. Crearon un grupo de Facebook (CNBA: Aristócratas del Saber) al que se acercaron decenas para compilar la revista, hacer un libro, un documental.
El nombre surgió durante una competencia de natación. Allí, el vicerrector Icas Micillo dijo que los estudiantes del Buenos Aires tenían los uniformes más estrictos porque estaban orgullosos de ser Aristócratas del Saber. En el texto que escribieron 30 años después, titulado Bautizada por el enemigo, los ex alumnos señalan que tomaron en “un giro irónico ese comentario elitista y discriminatorio”. El sentido de la ironía se fue perdiendo a lo largo de los años, hasta el punto de que otras generaciones lo ponía entre signos de pregunta: ¿Aristócratas del Saber?
Los ex alumnos entregaron la compilación de las revistas, editada en tomos rojos, a la biblioteca del Buenos Aires el 16 de septiembre. También conversaron con los estudiantes actuales en las aulas del claustro del primer piso. Algunos hacían circular un mate. Otros estaban pintados como para una vuelta olímpica. Tenían remeras para la marcha de La Noche de los Lápices que decían: “Las ideas no pueden desaparecer”.
Al aula, march
Los hacían formar antes de entrar al aula –como muestra el inicio de la película La mirada invisible, de Diego Lerman, donde ADS tiene una pequeña aparición– y les hacían escuchar “Aurora”. Los movimientos dentro del colegio eran siempre en fila y en estricto silencio, siempre en silencio. Un “esquema normativo para preceptores” que escribieron las autoridades decía que los alumnos debían tener una dosis de “razonado temor”.
Tenían prohibido el contacto con alumnos de otros claustros. Había “zonas verdes” por las que podían circular y “zonas blancas”, vedadas. Para ir al baño o ir a otra parte del secundario tenían que pedir permiso por escrito (“pedir parte”). El uniforme era estricto hasta el paroxismo y controlaban permanentemente el largo del pelo de los varones (dos dedos por encima del cuello de la camisa) y de la pollera de las mujeres. El reglamento prohibía cualquier tipo de agrupación colectiva.
Héctor, un ex alumno, relató ante los estudiantes que en 1976 separaron las divisiones y los mezclaron para que no se conocieran. Que buscaron incentivar las delaciones entre alumnos. También que dividían en el aula a varones de mujeres. Los estudiantes lo miraban algo incrédulos.
–Pero, ¿cómo hacían para hablar entre ustedes? –preguntó Sofía, una alumna con la nariz pintada de rojo.
–Y... por messenger –bromeó Gustavo Hurtado–. No, nos reuníamos afuera del colegio.
Clandestina
ADS surgió como una forma que quebrar el aislamiento, el miedo, los controles asfixiantes. La inició Ignacio Lewkowicz, un alumno que venía de militar en la Federación Juvenil Comunista (la Fede) y que en 2004 falleció en un accidente. Es por eso que el reencuentro tiene un sentido también de homenaje a él. El primer número, sin nombre, había circulado de mano en mano. La mayoría de las notas eran sátiras a las autoridades. “Salimos de nuevo. Parece mentira, pero la idea de 2 o 3 pibes se fue haciendo carne en los demás. Empezaron a aparecer colaboraciones, a llover críticas: que el crucigrama es horrible, que la revista es poco amplia”, contaban en el editorial del segundo número, de 1978. En la tapa, le agregaron un subtítulo al nombre de la revista: “Publicación casi mensual de los internos del Real Colegio de San Carlos”.
“Debemos estar juntos, debemos levantar nuestras armas de papel y convertirnos en milicianos de tinta porque esta revista es el lazo, es la cadena que nos falta para vencer al doctor loco de esta novela de ciencia ficción, que quiere matar nuestra mente y convertirnos en humanoides”, escribían en 1979. La revista tenía un estilo retro, confeccionado por “las chicas de diseño”. La clandestinidad era central: firmaban con pseudónimo y había un decálogo de medidas de seguridad (ver aparte). “Uno le daba al que sabía que estaba en la revista notas que quería publicar, pero entonces había reuniones de la revista en las que, por democracia simple, decidíamos si se publicaba. Podíamos estar horas leyendo”, le contaba Mariana Lewkowicz a los estudiantes, que se preguntaban cómo era eso de hacer la revista con cinta scotch y sin computadora.
–¿Y tus papás qué te decían? –preguntó una alumna.
–Mis viejos no se enteraban de la revista... como tampoco se enteraron de muchas otras cosas –respondió Hurtado, entre risas de los adolescentes. Lo miraron algo risueños cuando contó que un profesor de música les hacía levantar el brazo como el saludo romano y decirle: “Ave, magister”.
Del grupo de la revista surgió la idea de hacer campamentos, lo que permitió que se encontraran estudiantes de distintos años. “Nos conocimos sin uniforme y te das cuenta de que hay minas en el colegio que parece que no pasa nada y resulta que la descosen”, escribía uno de los redactores en 1978 sobre el primer campamento en Chascomús, donde rompieron el cerco impuesto por las autoridades. La revista fue pasando de generación en generación: en una ceremonia en Plaza San Martín, Nacho Lewkowicz les pasó la posta de la revista a Miguel Pesce, Gustavo “El Oso” Rappaport y Eduardo “Titi” Elicegui (en realidad, les entregó un tampón). Llevaron una bandera de ADS y un muñeco del prefecto, jefe de los celadores, Tito Gristelli, que quemaron en una fogata al estilo The wall.
Interrogatorios
A partir de 1981, hablaron de la posibilidad de crear un centro de estudiantes y allí fue cuando las autoridades secuestraron un número entero de ADS. Identificaron a una estudiante que militaba en Franja Morada y participaba de la revista. Un celador la sacó del aula y la llevó a rectoría, donde le hicieron un interrogatorio de tinte policial. “Siendo las 13.40 horas comparece Mercedes Paula González, alumna de la cuarta división de sexto año, sección de la tarde, la cual, a preguntas que le son formuladas a viva voz, responde...”, comienzan las actas del interrogatorio. Le mostraron los ejemplares y le exigieron que diera los nombres de los otros integrantes de la revista. González respondió que sólo sabía algún sobrenombre.
Se multiplicaron los llamados a rectoría y los interrogatorios. A Gustavo Hurtado lo sacaron del aula y antes de irse le dijo a una compañera: “Si no vuelvo, avisá a mi casa”. Lo encerraron en un cuartito durante una hora y media, donde lo amenazaron. Después lo llevaron ante las autoridades, que repitieron las preguntas:
–Nosotros sabemos que usted el año pasado estuvo pegando obleas en los baños –le espetaron.
–¿Cómo me va a decir que yo pego galletitas en los baños? –se hizo el tonto Hurtado. El jefe de celadores se levantó y lo agarró. “Me estás tratando de boludo”, se enfureció. El interrogatorio siguió en ese tono: “Nosotros no sabemos por qué puerta lo vamos a tener que llevar. Acá hay muchos desaparecidos”, le sugerían, como buenos cómplices civiles.
–Usted es amigo de “El Oso”. ¿Cuál es el nombre del Oso?
–No sé. Aparte del Oso, está el Pájaro, el Mono –empezó a inventar.
Al salir del interrogatorio, Valeria Hasse lo llevó a tomar un café para que se tranquilizara. Al siguiente día, un celador le preguntó: “¿Qué estaba haciendo usted a las seis de la tarde con Hurtado?”. Luego le plantaron un auto en la puerta de su casa. Mariana Lewkowicz también se encontró con que un celador la seguía por la calle.
Los aprietes fueron un momento clave. Los redactores decidieron vencer el miedo y seguir con la revista. “Hoy estamos nuevamente ante ustedes. No fue fácil. Hubo mucho miedo y esto en algún momento nos paralizó. Creyeron que con persecuciones detectivescas podían hacernos callar. Pero no pudieron”, escribieron en el número siguiente. “Vamos a seguir con la revista, con los campamentos y con el centro de estudiantes con más fuerza que nunca. Porque hay cosas que no se pueden matar. Porque están latentes, porque son vitales, porque son auténticas. Esas cosas son nuestra juventud, nuestra libertad de pensar y nuestro odio a la mentira y la injusticia.” “En el ejemplar decía que se imprimieron mil cuatro. Mil para los alumnos y cuatro para las autoridades”, les relató Mariana Lewkowicz a los estudiantes actuales.
La revista continuó hasta la llegada de la democracia, donde las autoridades de la dictadura se marcharon entre los huevazos de las vueltas olímpicas y las asambleas del centro de estudiantes (el Cenba) que nació el 11 de octubre de 1982. En 1984, mientras desaparecían los jumpers y uniformes, ADS llegó a tener un aula donde podía trabajar. “Fue una fiesta”, coinciden Daniela Acher y Lautaro Paramidessi, que egresaron en 1985 y 1986, respectivamente. En la revista empiezan a aparecer los nombres reales de los que la hacían (muchos con el pseudónimo anterior entre paréntesis). Los últimos redactores de ADS hicieron un “número de despedida” en 1986. “Proponemos este último número de ADS con la perspectiva de que aquellos años inferiores tomen la posta y saquen otra revista, que no se llamará ADS por todo lo que significó: una época, un estilo, una escapatoria, una propuesta y una respuesta a un medio represivo”, dice el último editorial de la revista que duró nueve años, tuvo 25 números y unió a cientos de estudiantes en dictadura.
Decálogo de clandestinidad
La distribución de la revista clandestina era acompañada por un texto que se repetía número tras número: “La revista es algo para todos y por la equivocación de uno podemos pagarla caro muchos. Es por eso que queremos subrayarles la importancia de que ADS permanezca en las sombras. Es una condición fundamental cumplir con cada una de las siguientes recomendaciones:
- No llevarla al colegio.
- No dársela a un preceptor, por más gamba que parezca.
- No leerla en el subte.
- No leerla en la puerta del colegio.
- No comentarla en los claustros.
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