Ariel Pintos, el trabajador tercerizado herido
Por Adrián Pérez
“Si no nos pasan a planta permanente, vamos a volver a cortar las vías. Merecemos pasar al Roca y cobrar lo que gana un obrero simple”, adelanta Ariel Pintos, uno de los manifestantes que fueron alcanzados por la balacera que se desató el miércoles a la tarde en Barracas, cuando una columna de ferroviarios y militantes de partidos de izquierda se retiraba del lugar. En diálogo con Página/12, el trabajador ferroviario tercerizado reconstruye paso a paso los sucesos que culminaron en el asesinato de Mariano Ferreyra, hirieron a Nelson Aguirre y Elsa Rodríguez, militantes del Partido Obrero. Reconoce haber escuchado “entre cinco y seis estruendos de arma de fuego” y asegura que un hombre “salió desde la vereda, detrás de los autos, y comenzó a disparar”. “Tenía una camisa clarita a cuadritos y debajo llevaba una remera blanca; físicamente era medio morrudito, no era ni alto ni bajo; de entre 30 y 40 años de edad; estaba a veinte metros de donde me encontraba”, describe el ferroviario al autor del disparo. Además, apunta a Pablo Díaz, dirigente de la Unión Ferroviaria detenido ayer, quien “encabezaba la patota. Estaba vestido de camisa blanca, campera negra y anteojos oscuros”.
En una reunión organizada el 8 de octubre, trabajadores ferroviarios tercerizados, militantes de partidos de izquierda y de organizaciones sociales habían pautado un corte de vías en la estación Avellaneda. El Partido Obrero, el Movimiento Teresa Rodríguez y Quebracho apoyarían la medida de fuerza. Se encontraron el miércoles 20 a las 10 en el local del Polo Obrero ubicado a metros de la estación Avellaneda. “La patota de la (Lista) Verde, custodiada por la policía bonaerense, nos esperaba sobre las vías del tren desde temprano”, afirma Pintos, quien recibió un disparo de arma de fuego en su muslo izquierdo. Señala, además, que el dirigente de la Unión Ferroviaria Pablo Díaz “encabezaba la patota. Estaba vestido de camisa blanca, campera negra y anteojos oscuros”. Entre las 10.30 y las 11, Díaz se presentó “frente al paredón de la estación, en posición desafiante, acompañado por un grupo de diez personas”, dice el trabajador. Cerca de las 12, como el grupo que ocupaba las vías estaba custodiado por la policía –que había cruzado patrulleros para que los trabajadores tercerizados no llegaran a la estación–, los manifestantes retrocedieron y caminaron por Lebensohn hasta la calle Bosch, bordeando las vías. Para evitar choques se dirigieron hacia la estación Hipólito Yrigoyen, en Barracas. “La patota nos seguía desde arriba amenazándonos y cantando –recuerda Pintos–: Nos decían ‘putos, van a cobrar, los vamos a matar...’” Con la patota cincuenta metros atrás, cruzaron el puente Bosch, donde encontraron un portón abierto que comunicaba la calle con el terraplén y decidieron subir a las vías. “En ese momento, la patota de la (Lista) Verde, con Pablo Díaz a la cabeza, comenzó a correr hacia nosotros tirándonos piedras y palos.” Entonces, los manifestantes que lograron subir bajaron, mientras seguían recibiendo piedrazos desde las vías. El trabajador ferroviario señala, además, que la policía bonaerense los perseguía por la calle disparando balas de goma.
“Los ‘cabeza de tortuga’ venían acompañando a la patota”, apunta. Luego, se replegaron tres cuadras por Pedro de Luján hacia la avenida Vélez Sarsfield. Para no confrontar decidieron retirarse y regresar otro día. Pintos menciona que, cuando abandonaban el lugar, los tres patrulleros que se encontraban bloqueando Luján ya no estaban. “La patota corrió hacia nosotros, persiguiéndonos con piedras y palos”. En la columna de tercerizados y militantes de izquierda había mujeres. Los trabajadores organizaron un cordón de seguridad para protegerlas. Hubo un choque con piedras. Pintos calcula que el grupo liderado por Díaz era de entre cien y ciento cincuenta personas, “muchos vestidos con la ropa de trabajo de ferroviarios y muchos ‘de civil’”. Los tercerizados eran cien.
Luego de retroceder veinte metros, los manifestantes avanzaron por Luján. “Uno de ellos salió desde la vereda, detrás de los autos, y comenzó a disparar”, afirma Pintos, que reconoce haber escuchado “entre cinco y seis estruendos de arma de fuego”, aunque creyó que habían sido al aire. Inmediatamente, sintió un golpe en el muslo izquierdo. Pensó que había sido un piedrazo. El ferroviario describe al autor del disparo: “Tenía una camisa clarita a cuadritos y debajo llevaba una remera blanca; físicamente era medio morrudito, no era ni alto ni bajo; de entre 30 y 40 años de edad; estaba a veinte metros de donde me encontraba”. Pintos se acercó a un patrullero de la Comisaría 30ª, que se había cruzado en la calle, para explicarle que el grupo de ferroviarios estaba armado y había disparado.
–¿Y qué le respondieron los policías?–consultó este cronista.
–Me preguntaron si había sido un piedrazo. Me bajé el pantalón y les dije que no. Se veía bien clarito que había sido un tiro.
Luego, le preguntaron si quería que llamaran a una ambulancia. El ferroviario se negó a ser asistido. “Ellos liberaron la calle y acompañaron a la patota. Nosotros no nos dimos cuenta de que habían caído Nelson (Aguirre), la señora herida (Elsa Rodríguez) y el otro muchacho (Mariano Ferreyra). No vimos cuando los levantó la ambulancia”, dice. Fue entonces cuando caminaron hasta la avenida Vélez Sarsfield, donde resolvieron cortar Callao y Corrientes para denunciar lo sucedido en Barracas. A las 14.20, pararon dos colectivos de la línea 37 sobre Vélez Sarsfield y se trasladaron hacia capital. “Cuando llegamos, nos enteramos que el muchacho al que le pegaron el tiro en el abdomen había muerto”, afirma.
En Callao y Corrientes, alrededor de las 18.20, Pintos fue trasladado en una ambulancia hasta el Hospital Ramos Mejía, donde recibió las primeras curaciones. Cuando explicó el motivo de su herida, los médicos llamaron a un patrullero de la Comisaría 30. Cerca de las 19.30, lo trasladaron a esa seccional para declarar. “El policía que me recibió me dio un papel para que me presente en la fiscalía de la doctora (Cristina) Caamaño. Todavía no fui porque tengo que viajar en tren y no tengo garantías de que no me voy a cruzar con ninguno de la patota de la Verde en el juzgado”, sostiene. El miedo se refleja en la mirada del trabajador, se vuelve evidente, se hace carne.
Pintos recibe a Página/12 en su casa. Afuera, los ladrillos se arremolinan sobre el pasto. Adentro, persianas de plástico y una bacha de cocina de acero inoxidable esperan a ser colocadas. La mitad del comedor tiene contrapiso de cemento; en la otra mitad, el suelo es de tierra. “Empecé a levantar la casa cuando trabajaba pero quedó ahí porque estoy endeudado hasta las pelotas”, se lamenta. A fines de 2009 fue despedido de la empresa Confer S.A. –una de las tercerizadas que funciona bajo la órbita de la Unidad de Gestión Operativa Ferroviaria de Emergencia (Ugofe)–, donde comenzó a trabajar en febrero de 2008. “Cerca de fin de año, en estas empresas echan a la mitad de la gente”, destaca. También lo afiliaron a la Uocra. Su tarea consistía en cambiar durmientes y vías en el circuito Temperley-Haedo. Hasta hace unos días se ganaba la vida haciendo changas de albañilería, pero después del disparo que recibió en la pierna, el médico le aconsejó que hiciera reposo.
Tras una serie de reuniones donde pidieron ser reincorporados, y “como nunca tuvimos respuesta de nadie”, llegaron los bloqueos de boleterías en la Plaza Constitución. El 6 de septiembre, precisamente, los ferroviarios tercerizados tenían pensado realizar una conferencia prensa allí para denunciar la situación de 140 trabajadores despedidos. El ferroviario recuerda el acto en la terminal de trenes: “Cuando nos juntamos en el hall, la patota de la Verde nos estaba esperando con Pablo Díaz a la cabeza. Les pegaron a varios compañeros y no nos dejaron hacer la conferencia de prensa. A Pablo Villalba (vocero de los tercerizados), la policía lo sacó por el subte y lo escoltó hasta la estación Independencia”.
Según Pintos, una cuadrilla de veinte personas de tercerizados cambia cien durmientes por día, mientras los trabajadores de planta cambian cuatro. “No- sotros hacemos el triple de trabajo. Hay muchos pibes que están jodidos de la cintura y cuando regresan del alta médica los echan como a perros. No nos dan botines ni pantalones, no nos dan nada. Te llevan a la vía y no te dan ni agua. Estamos meta pico y pala todo el día. Si no nos pasan a planta permanente vamos a volver a cortar las vías las veces que sean necesarias. Merecemos pasar al Roca y cobrar lo que gana un obrero simple.”
Por Adrián Pérez
“Si no nos pasan a planta permanente, vamos a volver a cortar las vías. Merecemos pasar al Roca y cobrar lo que gana un obrero simple”, adelanta Ariel Pintos, uno de los manifestantes que fueron alcanzados por la balacera que se desató el miércoles a la tarde en Barracas, cuando una columna de ferroviarios y militantes de partidos de izquierda se retiraba del lugar. En diálogo con Página/12, el trabajador ferroviario tercerizado reconstruye paso a paso los sucesos que culminaron en el asesinato de Mariano Ferreyra, hirieron a Nelson Aguirre y Elsa Rodríguez, militantes del Partido Obrero. Reconoce haber escuchado “entre cinco y seis estruendos de arma de fuego” y asegura que un hombre “salió desde la vereda, detrás de los autos, y comenzó a disparar”. “Tenía una camisa clarita a cuadritos y debajo llevaba una remera blanca; físicamente era medio morrudito, no era ni alto ni bajo; de entre 30 y 40 años de edad; estaba a veinte metros de donde me encontraba”, describe el ferroviario al autor del disparo. Además, apunta a Pablo Díaz, dirigente de la Unión Ferroviaria detenido ayer, quien “encabezaba la patota. Estaba vestido de camisa blanca, campera negra y anteojos oscuros”.
En una reunión organizada el 8 de octubre, trabajadores ferroviarios tercerizados, militantes de partidos de izquierda y de organizaciones sociales habían pautado un corte de vías en la estación Avellaneda. El Partido Obrero, el Movimiento Teresa Rodríguez y Quebracho apoyarían la medida de fuerza. Se encontraron el miércoles 20 a las 10 en el local del Polo Obrero ubicado a metros de la estación Avellaneda. “La patota de la (Lista) Verde, custodiada por la policía bonaerense, nos esperaba sobre las vías del tren desde temprano”, afirma Pintos, quien recibió un disparo de arma de fuego en su muslo izquierdo. Señala, además, que el dirigente de la Unión Ferroviaria Pablo Díaz “encabezaba la patota. Estaba vestido de camisa blanca, campera negra y anteojos oscuros”. Entre las 10.30 y las 11, Díaz se presentó “frente al paredón de la estación, en posición desafiante, acompañado por un grupo de diez personas”, dice el trabajador. Cerca de las 12, como el grupo que ocupaba las vías estaba custodiado por la policía –que había cruzado patrulleros para que los trabajadores tercerizados no llegaran a la estación–, los manifestantes retrocedieron y caminaron por Lebensohn hasta la calle Bosch, bordeando las vías. Para evitar choques se dirigieron hacia la estación Hipólito Yrigoyen, en Barracas. “La patota nos seguía desde arriba amenazándonos y cantando –recuerda Pintos–: Nos decían ‘putos, van a cobrar, los vamos a matar...’” Con la patota cincuenta metros atrás, cruzaron el puente Bosch, donde encontraron un portón abierto que comunicaba la calle con el terraplén y decidieron subir a las vías. “En ese momento, la patota de la (Lista) Verde, con Pablo Díaz a la cabeza, comenzó a correr hacia nosotros tirándonos piedras y palos.” Entonces, los manifestantes que lograron subir bajaron, mientras seguían recibiendo piedrazos desde las vías. El trabajador ferroviario señala, además, que la policía bonaerense los perseguía por la calle disparando balas de goma.
“Los ‘cabeza de tortuga’ venían acompañando a la patota”, apunta. Luego, se replegaron tres cuadras por Pedro de Luján hacia la avenida Vélez Sarsfield. Para no confrontar decidieron retirarse y regresar otro día. Pintos menciona que, cuando abandonaban el lugar, los tres patrulleros que se encontraban bloqueando Luján ya no estaban. “La patota corrió hacia nosotros, persiguiéndonos con piedras y palos”. En la columna de tercerizados y militantes de izquierda había mujeres. Los trabajadores organizaron un cordón de seguridad para protegerlas. Hubo un choque con piedras. Pintos calcula que el grupo liderado por Díaz era de entre cien y ciento cincuenta personas, “muchos vestidos con la ropa de trabajo de ferroviarios y muchos ‘de civil’”. Los tercerizados eran cien.
Luego de retroceder veinte metros, los manifestantes avanzaron por Luján. “Uno de ellos salió desde la vereda, detrás de los autos, y comenzó a disparar”, afirma Pintos, que reconoce haber escuchado “entre cinco y seis estruendos de arma de fuego”, aunque creyó que habían sido al aire. Inmediatamente, sintió un golpe en el muslo izquierdo. Pensó que había sido un piedrazo. El ferroviario describe al autor del disparo: “Tenía una camisa clarita a cuadritos y debajo llevaba una remera blanca; físicamente era medio morrudito, no era ni alto ni bajo; de entre 30 y 40 años de edad; estaba a veinte metros de donde me encontraba”. Pintos se acercó a un patrullero de la Comisaría 30ª, que se había cruzado en la calle, para explicarle que el grupo de ferroviarios estaba armado y había disparado.
–¿Y qué le respondieron los policías?–consultó este cronista.
–Me preguntaron si había sido un piedrazo. Me bajé el pantalón y les dije que no. Se veía bien clarito que había sido un tiro.
Luego, le preguntaron si quería que llamaran a una ambulancia. El ferroviario se negó a ser asistido. “Ellos liberaron la calle y acompañaron a la patota. Nosotros no nos dimos cuenta de que habían caído Nelson (Aguirre), la señora herida (Elsa Rodríguez) y el otro muchacho (Mariano Ferreyra). No vimos cuando los levantó la ambulancia”, dice. Fue entonces cuando caminaron hasta la avenida Vélez Sarsfield, donde resolvieron cortar Callao y Corrientes para denunciar lo sucedido en Barracas. A las 14.20, pararon dos colectivos de la línea 37 sobre Vélez Sarsfield y se trasladaron hacia capital. “Cuando llegamos, nos enteramos que el muchacho al que le pegaron el tiro en el abdomen había muerto”, afirma.
En Callao y Corrientes, alrededor de las 18.20, Pintos fue trasladado en una ambulancia hasta el Hospital Ramos Mejía, donde recibió las primeras curaciones. Cuando explicó el motivo de su herida, los médicos llamaron a un patrullero de la Comisaría 30. Cerca de las 19.30, lo trasladaron a esa seccional para declarar. “El policía que me recibió me dio un papel para que me presente en la fiscalía de la doctora (Cristina) Caamaño. Todavía no fui porque tengo que viajar en tren y no tengo garantías de que no me voy a cruzar con ninguno de la patota de la Verde en el juzgado”, sostiene. El miedo se refleja en la mirada del trabajador, se vuelve evidente, se hace carne.
Pintos recibe a Página/12 en su casa. Afuera, los ladrillos se arremolinan sobre el pasto. Adentro, persianas de plástico y una bacha de cocina de acero inoxidable esperan a ser colocadas. La mitad del comedor tiene contrapiso de cemento; en la otra mitad, el suelo es de tierra. “Empecé a levantar la casa cuando trabajaba pero quedó ahí porque estoy endeudado hasta las pelotas”, se lamenta. A fines de 2009 fue despedido de la empresa Confer S.A. –una de las tercerizadas que funciona bajo la órbita de la Unidad de Gestión Operativa Ferroviaria de Emergencia (Ugofe)–, donde comenzó a trabajar en febrero de 2008. “Cerca de fin de año, en estas empresas echan a la mitad de la gente”, destaca. También lo afiliaron a la Uocra. Su tarea consistía en cambiar durmientes y vías en el circuito Temperley-Haedo. Hasta hace unos días se ganaba la vida haciendo changas de albañilería, pero después del disparo que recibió en la pierna, el médico le aconsejó que hiciera reposo.
Tras una serie de reuniones donde pidieron ser reincorporados, y “como nunca tuvimos respuesta de nadie”, llegaron los bloqueos de boleterías en la Plaza Constitución. El 6 de septiembre, precisamente, los ferroviarios tercerizados tenían pensado realizar una conferencia prensa allí para denunciar la situación de 140 trabajadores despedidos. El ferroviario recuerda el acto en la terminal de trenes: “Cuando nos juntamos en el hall, la patota de la Verde nos estaba esperando con Pablo Díaz a la cabeza. Les pegaron a varios compañeros y no nos dejaron hacer la conferencia de prensa. A Pablo Villalba (vocero de los tercerizados), la policía lo sacó por el subte y lo escoltó hasta la estación Independencia”.
Según Pintos, una cuadrilla de veinte personas de tercerizados cambia cien durmientes por día, mientras los trabajadores de planta cambian cuatro. “No- sotros hacemos el triple de trabajo. Hay muchos pibes que están jodidos de la cintura y cuando regresan del alta médica los echan como a perros. No nos dan botines ni pantalones, no nos dan nada. Te llevan a la vía y no te dan ni agua. Estamos meta pico y pala todo el día. Si no nos pasan a planta permanente vamos a volver a cortar las vías las veces que sean necesarias. Merecemos pasar al Roca y cobrar lo que gana un obrero simple.”
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