La misma imagen 34 años después
Entraron a la casa de Eleonora Mogilner, pero no se llevaron nada. Abrieron la puerta del altillo, como cuando secuestraron a su mamá en esa misma casa. Le dejaron un cuchillo en la cama junto a sus cosas de valor. Su tío declaró en la causa sobre la Unidad 9. Otros testigos de ese juicio también fueron amenazados
Por Victoria Ginzberg
La tapa en el cielorraso que da al altillo, abierta. Esta imagen remite en Eleonora Mogilner al secuestro de su madre, que sigue desaparecida. Esa tapa fue lo primero que ella y sus hermanos vieron en junio de 1976 cuando la patota que se había llevado a Beatriz Regalía los dejó salir del cuarto donde los tuvo encerrados casi un día entero. La misma tapa que vio levantada hace doce días, cuando llamó a la policía porque creía que le habían robado. De la casa no se llevaron nada de valor. Pero dejaron un cuchillo sobre la cama, el camino al altillo despejado y la certeza de que el episodio era una amenaza.
“Hubo una sobreactuación de impunidad. El mensaje está claro: ‘Entramos y salimos de donde queremos, cuando queremos, conocemos esta casa’. No es una amenaza a nosotros en particular, es a todos y está hecha en la ciudad donde secuestraron a Julio López”, dice el tío de Eleonora, Guillermo Mogilner, que no tiene dudas de que el acontecimiento está relacionado con la causa sobre los crímenes cometidos en una Unidad 9, en la que él declaró en mayo, quince días antes de que los desconocidos entraran en lo de su sobrina.
El sábado 12 de junio Eleonora fue a una cena de HIJOS La Plata, que celebraba sus quince años. Volvió a su casa cerca de la una, abrió el portón de rejas para entrar el auto y vio pisadas en el barro que iban hasta una de las celosías. Miró por la ventana y vio pisadas de barro adentro. Trató de no hacer ruido, se quedó del otro lado del portón, dejó el auto en marcha y llamó al 911.
“Cuando llegó la policía y pude entrar, lo primero que vi y me asustó fue la tapa del altillo abierta y una silla abajo. Me hizo acordar al secuestro de mi mamá, que ocurrió en esa casa. Le pedí a la policía que suba allá, pensé que podía haber alguien”, cuenta Eleonora a Página/12.
En ese momento, ella creía que había sido víctima de un robo. En la cocina y el comedor las puertas de las alacenas estaban abiertas, pero todo estaba en su lugar. En su pieza había ropa tirada, el placard revuelto y pisadas sobre las cosas. Sobre la cama, llamaba la atención un par de zapatillas sin estrenar. “Qué raro, no se llevaron esto”, le comentó una mujer policía. Tampoco se habían llevado el televisor, ni el equipo de música. Le preguntaron si tenía algo de valor y sólo recordó un sobre con 700 dólares que en ese momento no vio. Con el dato del dinero faltante la policía se fue del lugar.
Un rato después, Eleonora se puso a ordenar el contenido de varios cajones que estaba disperso sobre la cama. Así, encontró el cuchillo, que ella había dejado en la cocina y un sobrecito de madera que decía 700 y tenía los dólares adentro. También había una cámara de fotos, un grabador y dos alhajeros que le habían dado vuelta. No faltaban una argollita y un anillo que podían ser de interés para cualquier ladrón. “Me di cuenta de que estaban todas las cosas de valor, que no se habían llevado nada y me asusté. Pensé ‘esto es otra cosa’”.
No había sido un mes sencillo. El 9 de junio se cumplieron 34 años del secuestro de su mamá –cuando ella tenía diez– en esa misma casa, y el 31 de mayo escuchó la declaración de su tío Guillermo en el juicio de la Unidad 9. Guillermo Mogilner no sólo habló allí de su detención.
Al día siguiente del secuestro de Beatriz Regalia, su hermana Dora Ethel fue a buscar a Eleonora para llevarla a la clase de gimnasia. Los represores que habían copado la casa la encerraron junto con sus sobrinos y, a la tarde, cuando dejaron a los tres niños con los vecinos, la secuestraron. “Para salir le sacaron una capucha que le habían puesto para que los vecinos no ‘creyeran’ que era un secuestro. Tiraron una manta al piso y delante de los chicos empezaron a cargar las cosas de la casa, los electrodomésticos, la vajilla; el tipo que levantaba el paquete dijo: ‘Esto es para las chicas del cabaret’”, cuenta Guillermo. Dora Ethel estuvo tres días en algún lugar que no pudo identificar. Fue liberada el 12 de junio de 1976. El papá de Eleonora y hermano de Guillermo, Juan Mogilner, desapareció en Córdoba en 1977 junto a su segunda mujer. La madre de Guillermo y Juan también fue llevada por unos días a un centro clandestino y su padre tuvo que exiliarse en Suecia. “Cuando viene la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, él y el padre de otro compañero que estaba preso llevaron en secreto al presidente de la CIDH a ver el centro clandestino de Arana, que habían demolido, y La Cacha, que era un centro relacionado con la U9. A los quince días, a mi viejo se le salen las gomas del auto, no se mató de causalidad. Se fue y volvió en 1984”, relata Guillermo. Agrega que mientras él estaba en la cárcel, su mujer se salvó por pocos minutos de ser secuestrada y sus hijos, que quedaron con vecinos, terminaron en La Pampa. “Durante cinco años no supe nada de ellos. Vivieron en el exilio interior, en la miseria. La nuestra es una familia golpeada por la represión, como las de tantos miles. Pero eso establece una relación, un sentido del deber de tener que aclarar esta situación”, asegura Guillermo.
A partir del falso robo en la casa de Eleonora, los Mogilner se enteraron de que no eran los únicos testigos que habían sido intimidados.
El primer día del juicio, dos personas fueron a la casa de Juan Scatolini y le dejaron dicho que no se olvidara de que “tenía que votar a los de Azul”. Eduardo Caldarola, que vive en España, recibió llamados cuando viajó a la Argentina para declarar. Enrique Fidalgo, psicólogo del Comité de Defensa de la Salud, la Etica y los Derechos Humanos, que trabaja con la contención a testigos, denunció que entraron tres veces a su casa. La última vez, el mismo día que amenazaron a Eleonora. Se llevaron un pendrive y se comieron unas empanadas. “En mi heladera no tengo nada potable, pero al otro día de este hecho, cuando fui a buscar unos postrecitos dietéticos que tenía, me di cuenta de que no estaban”, relaciona Eleonora.
“Acá hay un salto. Ya no son amenazas telefónicas. Acá hay prepotencia, impunidad. ‘Te doy vuelta la casa, me como las cosas de la heladera, no me llevo nada’. La silla debajo de la tapa del altillo. Este mensaje está rodeado de ambigüedades que no son ambigüedades. No te dejan una nota diciendo ‘ha sido amenazado’. Tu cabeza te da vueltas y otra gente te pregunta ¿estás seguro? Pero el mensaje es claro y está relacionando el secuestro de Beatriz con la actualidad. Hay un lenguaje que entienden las víctimas. ¿Por qué Eleonora se acordó del secuestro de su madre? Porque le están haciendo acordar a ese secuestro. Es obvio que el que estuvo el sábado a la noche en la casa de ella o el que lo mandó, estuvo en el procedimiento”, asegura Guillermo.
A Eleonora le preocupa la naturalización de estos hechos: “Hay gente que te dice: ‘No te preocupes, todo el mundo está amenazado. No pasa nada’. Pero la amenaza ya es algo que pasa”.
“Lo más escandaloso que tiene el escándalo es que uno se acostumbra –agrega Guillermo citando a Simón de Beauvoir–. En esta causa hay 200 testigos, no se puede proteger a todos y a sus familiares. En cambio, sí se puede investigar un puñado de personas, que está muy acotado. Este mensaje es específico y tiene que haber sido de alguien que estuvo allá y está acá. Este tipo de mensajes, además, tiene una tecnología, no lo puede hacer cualquiera. Es gente que ya lo ha hecho, gente con disciplina para no llevarse ni 25 dólares. La construcción de esa escena tiene una tecnología que no la maneja cualquiera. Que esto pase en 2010 es un escándalo y no nos podemos acostumbrar. Si es política de Estado que estos juicios sigan adelante, si es política de Estado que en democracia exista igualdad ante la ley y a los represores se les garantiza su derecho a defensa, que lo tienen, se lo respeto. Que usen su derecho hasta la última chicana. Pero las víctimas no tienen garantizado su derecho de ir a acusar a quienes los victimizaron.”
Entraron a la casa de Eleonora Mogilner, pero no se llevaron nada. Abrieron la puerta del altillo, como cuando secuestraron a su mamá en esa misma casa. Le dejaron un cuchillo en la cama junto a sus cosas de valor. Su tío declaró en la causa sobre la Unidad 9. Otros testigos de ese juicio también fueron amenazados
Por Victoria Ginzberg
La tapa en el cielorraso que da al altillo, abierta. Esta imagen remite en Eleonora Mogilner al secuestro de su madre, que sigue desaparecida. Esa tapa fue lo primero que ella y sus hermanos vieron en junio de 1976 cuando la patota que se había llevado a Beatriz Regalía los dejó salir del cuarto donde los tuvo encerrados casi un día entero. La misma tapa que vio levantada hace doce días, cuando llamó a la policía porque creía que le habían robado. De la casa no se llevaron nada de valor. Pero dejaron un cuchillo sobre la cama, el camino al altillo despejado y la certeza de que el episodio era una amenaza.
“Hubo una sobreactuación de impunidad. El mensaje está claro: ‘Entramos y salimos de donde queremos, cuando queremos, conocemos esta casa’. No es una amenaza a nosotros en particular, es a todos y está hecha en la ciudad donde secuestraron a Julio López”, dice el tío de Eleonora, Guillermo Mogilner, que no tiene dudas de que el acontecimiento está relacionado con la causa sobre los crímenes cometidos en una Unidad 9, en la que él declaró en mayo, quince días antes de que los desconocidos entraran en lo de su sobrina.
El sábado 12 de junio Eleonora fue a una cena de HIJOS La Plata, que celebraba sus quince años. Volvió a su casa cerca de la una, abrió el portón de rejas para entrar el auto y vio pisadas en el barro que iban hasta una de las celosías. Miró por la ventana y vio pisadas de barro adentro. Trató de no hacer ruido, se quedó del otro lado del portón, dejó el auto en marcha y llamó al 911.
“Cuando llegó la policía y pude entrar, lo primero que vi y me asustó fue la tapa del altillo abierta y una silla abajo. Me hizo acordar al secuestro de mi mamá, que ocurrió en esa casa. Le pedí a la policía que suba allá, pensé que podía haber alguien”, cuenta Eleonora a Página/12.
En ese momento, ella creía que había sido víctima de un robo. En la cocina y el comedor las puertas de las alacenas estaban abiertas, pero todo estaba en su lugar. En su pieza había ropa tirada, el placard revuelto y pisadas sobre las cosas. Sobre la cama, llamaba la atención un par de zapatillas sin estrenar. “Qué raro, no se llevaron esto”, le comentó una mujer policía. Tampoco se habían llevado el televisor, ni el equipo de música. Le preguntaron si tenía algo de valor y sólo recordó un sobre con 700 dólares que en ese momento no vio. Con el dato del dinero faltante la policía se fue del lugar.
Un rato después, Eleonora se puso a ordenar el contenido de varios cajones que estaba disperso sobre la cama. Así, encontró el cuchillo, que ella había dejado en la cocina y un sobrecito de madera que decía 700 y tenía los dólares adentro. También había una cámara de fotos, un grabador y dos alhajeros que le habían dado vuelta. No faltaban una argollita y un anillo que podían ser de interés para cualquier ladrón. “Me di cuenta de que estaban todas las cosas de valor, que no se habían llevado nada y me asusté. Pensé ‘esto es otra cosa’”.
No había sido un mes sencillo. El 9 de junio se cumplieron 34 años del secuestro de su mamá –cuando ella tenía diez– en esa misma casa, y el 31 de mayo escuchó la declaración de su tío Guillermo en el juicio de la Unidad 9. Guillermo Mogilner no sólo habló allí de su detención.
Al día siguiente del secuestro de Beatriz Regalia, su hermana Dora Ethel fue a buscar a Eleonora para llevarla a la clase de gimnasia. Los represores que habían copado la casa la encerraron junto con sus sobrinos y, a la tarde, cuando dejaron a los tres niños con los vecinos, la secuestraron. “Para salir le sacaron una capucha que le habían puesto para que los vecinos no ‘creyeran’ que era un secuestro. Tiraron una manta al piso y delante de los chicos empezaron a cargar las cosas de la casa, los electrodomésticos, la vajilla; el tipo que levantaba el paquete dijo: ‘Esto es para las chicas del cabaret’”, cuenta Guillermo. Dora Ethel estuvo tres días en algún lugar que no pudo identificar. Fue liberada el 12 de junio de 1976. El papá de Eleonora y hermano de Guillermo, Juan Mogilner, desapareció en Córdoba en 1977 junto a su segunda mujer. La madre de Guillermo y Juan también fue llevada por unos días a un centro clandestino y su padre tuvo que exiliarse en Suecia. “Cuando viene la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, él y el padre de otro compañero que estaba preso llevaron en secreto al presidente de la CIDH a ver el centro clandestino de Arana, que habían demolido, y La Cacha, que era un centro relacionado con la U9. A los quince días, a mi viejo se le salen las gomas del auto, no se mató de causalidad. Se fue y volvió en 1984”, relata Guillermo. Agrega que mientras él estaba en la cárcel, su mujer se salvó por pocos minutos de ser secuestrada y sus hijos, que quedaron con vecinos, terminaron en La Pampa. “Durante cinco años no supe nada de ellos. Vivieron en el exilio interior, en la miseria. La nuestra es una familia golpeada por la represión, como las de tantos miles. Pero eso establece una relación, un sentido del deber de tener que aclarar esta situación”, asegura Guillermo.
A partir del falso robo en la casa de Eleonora, los Mogilner se enteraron de que no eran los únicos testigos que habían sido intimidados.
El primer día del juicio, dos personas fueron a la casa de Juan Scatolini y le dejaron dicho que no se olvidara de que “tenía que votar a los de Azul”. Eduardo Caldarola, que vive en España, recibió llamados cuando viajó a la Argentina para declarar. Enrique Fidalgo, psicólogo del Comité de Defensa de la Salud, la Etica y los Derechos Humanos, que trabaja con la contención a testigos, denunció que entraron tres veces a su casa. La última vez, el mismo día que amenazaron a Eleonora. Se llevaron un pendrive y se comieron unas empanadas. “En mi heladera no tengo nada potable, pero al otro día de este hecho, cuando fui a buscar unos postrecitos dietéticos que tenía, me di cuenta de que no estaban”, relaciona Eleonora.
“Acá hay un salto. Ya no son amenazas telefónicas. Acá hay prepotencia, impunidad. ‘Te doy vuelta la casa, me como las cosas de la heladera, no me llevo nada’. La silla debajo de la tapa del altillo. Este mensaje está rodeado de ambigüedades que no son ambigüedades. No te dejan una nota diciendo ‘ha sido amenazado’. Tu cabeza te da vueltas y otra gente te pregunta ¿estás seguro? Pero el mensaje es claro y está relacionando el secuestro de Beatriz con la actualidad. Hay un lenguaje que entienden las víctimas. ¿Por qué Eleonora se acordó del secuestro de su madre? Porque le están haciendo acordar a ese secuestro. Es obvio que el que estuvo el sábado a la noche en la casa de ella o el que lo mandó, estuvo en el procedimiento”, asegura Guillermo.
A Eleonora le preocupa la naturalización de estos hechos: “Hay gente que te dice: ‘No te preocupes, todo el mundo está amenazado. No pasa nada’. Pero la amenaza ya es algo que pasa”.
“Lo más escandaloso que tiene el escándalo es que uno se acostumbra –agrega Guillermo citando a Simón de Beauvoir–. En esta causa hay 200 testigos, no se puede proteger a todos y a sus familiares. En cambio, sí se puede investigar un puñado de personas, que está muy acotado. Este mensaje es específico y tiene que haber sido de alguien que estuvo allá y está acá. Este tipo de mensajes, además, tiene una tecnología, no lo puede hacer cualquiera. Es gente que ya lo ha hecho, gente con disciplina para no llevarse ni 25 dólares. La construcción de esa escena tiene una tecnología que no la maneja cualquiera. Que esto pase en 2010 es un escándalo y no nos podemos acostumbrar. Si es política de Estado que estos juicios sigan adelante, si es política de Estado que en democracia exista igualdad ante la ley y a los represores se les garantiza su derecho a defensa, que lo tienen, se lo respeto. Que usen su derecho hasta la última chicana. Pero las víctimas no tienen garantizado su derecho de ir a acusar a quienes los victimizaron.”
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