Balazos en casa del represor
Un grupo de desconocidos baleó la casa de Víctor Roberto Olivera, en Pilar. Su hija de nueve años fue operada de urgencia. El represor, que admitió las torturas y los homicidios perpetrados en la ESMA, es buscado por la Justicia desde abril pasado.
La hija de un suboficial de la Armada prófugo, que en 2008 admitió ante el juez federal Sergio Torres las torturas y homicidios que se cometían en la ESMA, fue herida de bala el lunes por la noche, cuando unos desconocidos atacaron la casa de la familia. El extraño episodio ocurrió en Pilar, donde hasta abril pasado vivió el represor Víctor Roberto Olivera, ex miembro del Grupo de Tareas 3.3, y tuvo como víctima a su hija de nueve años, quien fue sometida a una intervención quirúrgica de urgencia. Lindoro, como lo recuerdan los sobrevivientes de la represión, había confesado durante su declaración indagatoria que la Armada incineraba los cuerpos de los secuestrados que morían durante la tortura, método que sus camaradas llamaban “asadito”. El ataque a la casa del marino retirado tiene lugar mientras transcurren las últimas audiencias del primer juicio por delitos de lesa humanidad en la ESMA.
Alrededor de las 22 del lunes, según fuentes policiales, unos desconocidos que se trasladaban en un vehículo marca Fiat balearon el frente de la casa ubicada en calle Buenos Aires 1818, en el partido bonaerense de Pilar, que custodiaba el cabo de la Policía Federal Néstor Rodríguez. Producto del ataque, la hija de Olivera recibió un disparo en el abdomen y fue trasladada de urgencia al hospital zonal Juan Sanguinetti, donde los médicos la sometieron a una intervención quirúrgica y le extrajeron el proyectil. Hasta ayer por la mañana, la niña permanecía en terapia intermedia. Investiga el hecho la Unidad Fiscal de Investigaciones (UFI) de Pilar, que como primera medida ordenó fortalecer la consigna policial en la vivienda.
Olivera fue el primer marino de la ESMA que se quebró en llanto durante su declaración indagatoria.
–Los hacían desaparecer –respondió entre sollozos cuando el juez Torres le preguntó por el destino final de los secuestrados.
–¿De qué manera? –preguntó el magistrado.
–Con humor se referían al asadito –confesó.
–¿Se refiere al procedimiento mediante el cual deliberadamente se quemaban cuerpos en dependencias de la ESMA?
–Sí, supongo que era eso –admitió.
El suboficial de sesenta años, identificado como Lindoro por tres sobrevivientes en una rueda de reconocimientos, admitió haber sido guardia de los secuestrados en el altillo del casino de oficiales de la ESMA. Según su legajo, integró la Fuerza de Tareas 3, en particular el GT 3.3, entre abril de 1979 y enero de 1981. Al proponer su ascenso, el teniente Carlos Carella destacó su desempeño “en tareas que debido a su género son de suma reserva, con eficiencia y discreción”.
En su declaración, Olivera hizo especial referencia a sus diálogos con una mujer llamada Josefina. Según el represor, la mujer le relató que había sido torturada. Por las fechas que surgen del legajo del marino, sería Josefina Villaflor, dedujo Torres al procesarlo. Olivera también reconoció haber atado a una mujer a una cama, “a una señora de apellido Cabezas”. “Cómo me impresionó eso... Mi función era llevar detenidos de un piso a otro”, dijo. Según el procesamiento, se trata de Thelma Jara de Cabezas, que por esos días debió encargarse de cuidar a la hija de Villaflor.
El juez calificó la declaración como “un aporte particular y casi excepcional puesto que no se contaba hasta ahora con versiones de imputados que pusieran de manifiesto las condiciones de detención de los prisioneros, el tratamiento al que se los sometía, el régimen de detención que debían padecer o las tareas que se desarrollaban dentro de la dependencia naval”. Sin embargo, destacó que “su versión no es amplia sino más bien reticente y alberga el objetivo de mitigar su responsabilidad”. La Cámara Federal confirmó el procesamiento con preventiva de Olivera en el penal de Ezeiza. Luego, la Sala II de la Cámara Nacional de Casación Penal ordenó liberarlo con el argumento de que no existían indicios sobre sus intenciones de fugarse. El 6 de abril, cuando la Corte Suprema de Justicia dispuso que volviera a prisión, Lindoro ya no estaba en su casa.
Un grupo de desconocidos baleó la casa de Víctor Roberto Olivera, en Pilar. Su hija de nueve años fue operada de urgencia. El represor, que admitió las torturas y los homicidios perpetrados en la ESMA, es buscado por la Justicia desde abril pasado.
La hija de un suboficial de la Armada prófugo, que en 2008 admitió ante el juez federal Sergio Torres las torturas y homicidios que se cometían en la ESMA, fue herida de bala el lunes por la noche, cuando unos desconocidos atacaron la casa de la familia. El extraño episodio ocurrió en Pilar, donde hasta abril pasado vivió el represor Víctor Roberto Olivera, ex miembro del Grupo de Tareas 3.3, y tuvo como víctima a su hija de nueve años, quien fue sometida a una intervención quirúrgica de urgencia. Lindoro, como lo recuerdan los sobrevivientes de la represión, había confesado durante su declaración indagatoria que la Armada incineraba los cuerpos de los secuestrados que morían durante la tortura, método que sus camaradas llamaban “asadito”. El ataque a la casa del marino retirado tiene lugar mientras transcurren las últimas audiencias del primer juicio por delitos de lesa humanidad en la ESMA.
Alrededor de las 22 del lunes, según fuentes policiales, unos desconocidos que se trasladaban en un vehículo marca Fiat balearon el frente de la casa ubicada en calle Buenos Aires 1818, en el partido bonaerense de Pilar, que custodiaba el cabo de la Policía Federal Néstor Rodríguez. Producto del ataque, la hija de Olivera recibió un disparo en el abdomen y fue trasladada de urgencia al hospital zonal Juan Sanguinetti, donde los médicos la sometieron a una intervención quirúrgica y le extrajeron el proyectil. Hasta ayer por la mañana, la niña permanecía en terapia intermedia. Investiga el hecho la Unidad Fiscal de Investigaciones (UFI) de Pilar, que como primera medida ordenó fortalecer la consigna policial en la vivienda.
Olivera fue el primer marino de la ESMA que se quebró en llanto durante su declaración indagatoria.
–Los hacían desaparecer –respondió entre sollozos cuando el juez Torres le preguntó por el destino final de los secuestrados.
–¿De qué manera? –preguntó el magistrado.
–Con humor se referían al asadito –confesó.
–¿Se refiere al procedimiento mediante el cual deliberadamente se quemaban cuerpos en dependencias de la ESMA?
–Sí, supongo que era eso –admitió.
El suboficial de sesenta años, identificado como Lindoro por tres sobrevivientes en una rueda de reconocimientos, admitió haber sido guardia de los secuestrados en el altillo del casino de oficiales de la ESMA. Según su legajo, integró la Fuerza de Tareas 3, en particular el GT 3.3, entre abril de 1979 y enero de 1981. Al proponer su ascenso, el teniente Carlos Carella destacó su desempeño “en tareas que debido a su género son de suma reserva, con eficiencia y discreción”.
En su declaración, Olivera hizo especial referencia a sus diálogos con una mujer llamada Josefina. Según el represor, la mujer le relató que había sido torturada. Por las fechas que surgen del legajo del marino, sería Josefina Villaflor, dedujo Torres al procesarlo. Olivera también reconoció haber atado a una mujer a una cama, “a una señora de apellido Cabezas”. “Cómo me impresionó eso... Mi función era llevar detenidos de un piso a otro”, dijo. Según el procesamiento, se trata de Thelma Jara de Cabezas, que por esos días debió encargarse de cuidar a la hija de Villaflor.
El juez calificó la declaración como “un aporte particular y casi excepcional puesto que no se contaba hasta ahora con versiones de imputados que pusieran de manifiesto las condiciones de detención de los prisioneros, el tratamiento al que se los sometía, el régimen de detención que debían padecer o las tareas que se desarrollaban dentro de la dependencia naval”. Sin embargo, destacó que “su versión no es amplia sino más bien reticente y alberga el objetivo de mitigar su responsabilidad”. La Cámara Federal confirmó el procesamiento con preventiva de Olivera en el penal de Ezeiza. Luego, la Sala II de la Cámara Nacional de Casación Penal ordenó liberarlo con el argumento de que no existían indicios sobre sus intenciones de fugarse. El 6 de abril, cuando la Corte Suprema de Justicia dispuso que volviera a prisión, Lindoro ya no estaba en su casa.
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