El titular de la Uocra fue agente del Batallón 601. Un supuesto homicidio precipitó su ingreso al organismo.
La entrevista tuvo lugar el 2 de julio de 2004 en un pequeño departamento situado en la calle Rodríguez Peña 279. Su único habitante, un tipo de mejillas hinchadas y mirada gris, ya había relatado algunos pasajes de su vida, antes de clavar los ojos en un punto indefinido del espacio; entonces dijo:
–¿Sabe quien trabajó como agente con nosotros en el Batallón 601?
Y sin esperar la respuesta, aportó un nombre: Gerardo Martínez, nada menos que el actual secretario general de la Unión Obrera de la Construcción de la República Argentina (Uocra).
El tipo, entonces, agregó:
–Fue fácil reclutarlo; ese muchacho tenía un homicidio encima.
El tipo remató la frase con una sonrisa.
Se trataba del ex capitán del Ejército Héctor Pedro Vergez, famoso por sus crímenes en el campo de concentración cordobés de La Perla.
En esa ocasión, también precisó que el sindicalista había ingresado a la Inteligencia militar a fines de 1981. Era difícil creerle. Es que el culto a la verdad no formaba parte de las virtudes de ese hombre. En consecuencia, el asunto pasó rápidamente al olvido. Sin embargo, el represor no había mentido.
Siete años después, el nombre del titular de la Uocra aparecería en el listado del personal civil que integró el Batallón 601. El martes pasado, otro gremio de la construcción y un grupo de organizaciones de derechos humanos le pidieron al juez federal Sergio Torres que determinase cuál fue su rol en la estructura militar que coordinó la aplicación del terrorismo de Estado durante la última dictadura.
El muerto en el placard. Es probable que, en febrero de 2010, Martínez haya exhalado una bocanada de alivio al constatar que su nombre no figuraba en la lista de agentes que el Ejército le entregó a la entonces ministra de Defensa, Nilda Garré, antes de que el Archivo Nacional de la Memoria (ANM) la difundiera públicamente. Con posterioridad, el ANM solicitó al Ministerio de Defensa una nueva lista, la cual fue remitida hace apenas dos meses; en ella hay 915 nombres que no figuraban en la nómina anterior. Esta vez, Martínez no tuvo suerte: sus datos –Gerardo Alberto Martínez, DNI Nº 11.934.882– figuran en el puesto 2798 de la llamada "Nómina del personal civil de inteligencia que revistó en el período 1976-1983".
El Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Construcción y Afines (Sitraic), la CTA, la Correpi y la Asociación de ex Detenidos Desaparecidos, entre otros organismos de derechos humanos, verificaron que el número del documento coincide con el del gremialista y presentaron el martes una denuncia en el juzgado de Torres para que investigue el rol del hombre fuerte de la Uocra en el esquema de la represión ilegal. Los querellantes reclaman puntualmente que se precise si Martínez cometió crímenes de lesa humanidad relativos a los casos de 105 trabajadores de la Uocra, desaparecidos durante la dictadura.
Miradas al Sur se comunicó el miércoles con la Uocra para preguntarle a Martínez si efectivamente había sido agente civil del Batallón 601. Y, de ser ello así, que explique cuáles habían sido sus funciones. La respuesta corrió por cuenta de uno de sus colaboradores:
– El Negro por ahora no va hablar del tema.
–¿Pero trabajó a no en el Batallón 601?
–Mire, en esa época, Gerardo era muy pibe –dijo, antes de dar por concluida la conversación.
Tal vez en ese mismo instante, el secretario general mitigara los sinsabores del presente en el jacuzzi del baño con mármoles de Carrara, contiguo a su despacho de la avenida Belgrano al 1800. Quizás, entonces, su cerebro haya regresado a sus años mozos, cuando comenzaron los acontecimientos de los que ahora tendrá que dar cuenta.
Lejos de iniciarse en el gremio de la construcción como albañil –tal como consigna falsamente su biografía oficial–, ese hombre retacón que suele exhibirse en los mítines con trajes de Hugo Boss debutaría en el mundo laboral a los 22 años como empleado administrativo de la Uocra. Corría 1978; en ese entonces, el gremio estaba intervenido por los militares, y el joven Martínez sellaba formularios en una oscura oficina decorada con un inmenso retrato de Rogelio Coria, el legendario líder del sindicato ejecutado en 1975 por un comando montonero, al salir del consultorio médico en el que trataba su sífilis. Ya entonces, El Negro comenzaría a dejarse ver –en calidad de recadero– entre la dirigencia del gremio.
Si los dichos de Vergez se ajustan a la verdad, poco tiempo después se habría convertido en autor de un asesinato. Se ignora, desde luego, la identidad y el sexo de la víctima, como también si su muerte fue fruto de un delito común o resultado de una disputa sindical. Pero –según se desprende de lo contado por el represor– aquella vida que Martínez debía pudo haber sido la prenda de impunidad que obtuvo a cambio de su ingreso en el Batallón 601.
Allí conoció a por lo menos dos personajes que seguiría tratando a lo largo de su existencia: los agentes civiles Horacio Américo Barcos y Juan Daffunchio. El primero sería designado en 1996 por el propio Martínez como interventor de la seccional Tres Arroyos de la Uocra; actualmente, cumple en Santa Fe una condena de 15 años de prisión por su participación en delitos de lesa humanidad. El otro, a su vez, fue abogado de la filial santafesina de la Uocra.
El cuanto a las labores cumplidas por Martínez en el Batallón 601, no hay demasiada información. Es de esperar, claro, que el juez Torres lo indague por ello, además de cotejar la existencia de un posible vínculo entre él con las circunstancias por las cuales 105 compañeros suyos terminaron por engrosar la lista de desaparecidos.
Ya se sabe que en su infidencia al autor de esta nota, Vérgez sitúa el ingreso de Martínez al Batallón 601 a fines de 1981. En aquel entonces, la dinámica de los secuestros y asesinatos efectuados por los grupos de tareas habían mermado en un 70 por ciento. Lo cierto es que los ojos y oídos del régimen comenzaban a apuntar hacia otra dirección: el frente sindical. De hecho, Saúl Ubaldini ya operaba sobre la unidad de las corrientes gremiales opuestas a la dictadura y los dirigentes que, hasta entonces, habían mostrado una actitud conciliadora con los militares. Este proceso derivaría en la fundación de la CGT Brasil, a fines de 1980, y también en la primera huelga general contra el régimen. El 7 de noviembre de año siguiente –cuando Martínez ya era un orgánico del Batallón 601–, Ubaldini marchó a la cabeza de diez mil manifestantes frente a la iglesia de San Cayetano. Y el 30 de marzo de 1982, protagonizó una manifestación en Plaza de Mayo duramente reprimida. En semejante marco, la inserción de Martínez en la Uocra, uno de los gremios que participaron activamente de ese proceso, fue seguramente un elemento de gran valía para la Inteligencia militar, habida cuenta de que el espía ya era considerado como “uno de los jóvenes brillantes del ubaldinismo”, tal como consignó en esa época una nota del diario La Nación.
La vuelta del albañil al redil. Es probable –a pesar de no existir por ahora ninguna constancia al respecto– que el Batallón 601 haya desactivado al agente Gerardo Martínez en los tiempos inmediatamente posteriores al derrumbe de la dictadura. Sí, en cambio, se sabe que a partir de 1984, el Negro se volcó de lleno a la actividad gremial. Y con una carrera meteórica.
Tanto es así que durante los albores del alfonsinismo, se convirtió en ladero del entonces secretario general del gremio, Alejo Farías. Por cuenta de éste haría algunas tareas poco simpáticas, como ordenar en 1986 la intervención de la filial neuquina de la Uocra, para lo cual recurrió a la represión policial.
El gran salto lo dio en 1990, cuando fue elegido secretario general del gremio. Entonces se sumó a la CGT San Martín, integrada por los dirigentes menemistas más recalcitrantes. A partir de entonces, este taurino, hincha de Boca, esposo ejemplar y padre de tres hijos, comenzó a tocar el cielo con las manos. Tras la reelección de 1995, el Negro, quien ya solía compartir la mesa del Presidente en el restaurante Fechoría –el nombre es una pura casualidad–, accedió a la conducción de la CGT. Desde aquel sitial, participaría activamente en el desguace del Estado. El fin de la década menemista lo sorprendió con un escándalo: sus hombres de confianza en el gremio fueron penalmente denunciados por extorsionar a empresarios.
Actualmente, en paralelo a la dirección de la Uocra, también funge como secretario de Administración de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Sinuoso como una anguila, a fines de 2010 su nombre comenzó a sonar como posible candidato para suceder a Hugo Moyano. Quien impulsaba llegada a la cúspide de la central obrera fue nada menos que el operador político de Techint, Luis Betnaza. Pero algo falló.
El 15 de mayo, una nota de Horacio Verbitsky en Página 12 deslizó la primera señal de que el Poder Ejecutivo poseía “un informe descalificatorio sobre la actuación de Martínez durante la dictadura militar”.
Ahora todo indica que su su próximo paso será sentarse en el banquillo de los acusados.
La entrevista tuvo lugar el 2 de julio de 2004 en un pequeño departamento situado en la calle Rodríguez Peña 279. Su único habitante, un tipo de mejillas hinchadas y mirada gris, ya había relatado algunos pasajes de su vida, antes de clavar los ojos en un punto indefinido del espacio; entonces dijo:
–¿Sabe quien trabajó como agente con nosotros en el Batallón 601?
Y sin esperar la respuesta, aportó un nombre: Gerardo Martínez, nada menos que el actual secretario general de la Unión Obrera de la Construcción de la República Argentina (Uocra).
El tipo, entonces, agregó:
–Fue fácil reclutarlo; ese muchacho tenía un homicidio encima.
El tipo remató la frase con una sonrisa.
Se trataba del ex capitán del Ejército Héctor Pedro Vergez, famoso por sus crímenes en el campo de concentración cordobés de La Perla.
En esa ocasión, también precisó que el sindicalista había ingresado a la Inteligencia militar a fines de 1981. Era difícil creerle. Es que el culto a la verdad no formaba parte de las virtudes de ese hombre. En consecuencia, el asunto pasó rápidamente al olvido. Sin embargo, el represor no había mentido.
Siete años después, el nombre del titular de la Uocra aparecería en el listado del personal civil que integró el Batallón 601. El martes pasado, otro gremio de la construcción y un grupo de organizaciones de derechos humanos le pidieron al juez federal Sergio Torres que determinase cuál fue su rol en la estructura militar que coordinó la aplicación del terrorismo de Estado durante la última dictadura.
El muerto en el placard. Es probable que, en febrero de 2010, Martínez haya exhalado una bocanada de alivio al constatar que su nombre no figuraba en la lista de agentes que el Ejército le entregó a la entonces ministra de Defensa, Nilda Garré, antes de que el Archivo Nacional de la Memoria (ANM) la difundiera públicamente. Con posterioridad, el ANM solicitó al Ministerio de Defensa una nueva lista, la cual fue remitida hace apenas dos meses; en ella hay 915 nombres que no figuraban en la nómina anterior. Esta vez, Martínez no tuvo suerte: sus datos –Gerardo Alberto Martínez, DNI Nº 11.934.882– figuran en el puesto 2798 de la llamada "Nómina del personal civil de inteligencia que revistó en el período 1976-1983".
El Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Construcción y Afines (Sitraic), la CTA, la Correpi y la Asociación de ex Detenidos Desaparecidos, entre otros organismos de derechos humanos, verificaron que el número del documento coincide con el del gremialista y presentaron el martes una denuncia en el juzgado de Torres para que investigue el rol del hombre fuerte de la Uocra en el esquema de la represión ilegal. Los querellantes reclaman puntualmente que se precise si Martínez cometió crímenes de lesa humanidad relativos a los casos de 105 trabajadores de la Uocra, desaparecidos durante la dictadura.
Miradas al Sur se comunicó el miércoles con la Uocra para preguntarle a Martínez si efectivamente había sido agente civil del Batallón 601. Y, de ser ello así, que explique cuáles habían sido sus funciones. La respuesta corrió por cuenta de uno de sus colaboradores:
– El Negro por ahora no va hablar del tema.
–¿Pero trabajó a no en el Batallón 601?
–Mire, en esa época, Gerardo era muy pibe –dijo, antes de dar por concluida la conversación.
Tal vez en ese mismo instante, el secretario general mitigara los sinsabores del presente en el jacuzzi del baño con mármoles de Carrara, contiguo a su despacho de la avenida Belgrano al 1800. Quizás, entonces, su cerebro haya regresado a sus años mozos, cuando comenzaron los acontecimientos de los que ahora tendrá que dar cuenta.
Lejos de iniciarse en el gremio de la construcción como albañil –tal como consigna falsamente su biografía oficial–, ese hombre retacón que suele exhibirse en los mítines con trajes de Hugo Boss debutaría en el mundo laboral a los 22 años como empleado administrativo de la Uocra. Corría 1978; en ese entonces, el gremio estaba intervenido por los militares, y el joven Martínez sellaba formularios en una oscura oficina decorada con un inmenso retrato de Rogelio Coria, el legendario líder del sindicato ejecutado en 1975 por un comando montonero, al salir del consultorio médico en el que trataba su sífilis. Ya entonces, El Negro comenzaría a dejarse ver –en calidad de recadero– entre la dirigencia del gremio.
Si los dichos de Vergez se ajustan a la verdad, poco tiempo después se habría convertido en autor de un asesinato. Se ignora, desde luego, la identidad y el sexo de la víctima, como también si su muerte fue fruto de un delito común o resultado de una disputa sindical. Pero –según se desprende de lo contado por el represor– aquella vida que Martínez debía pudo haber sido la prenda de impunidad que obtuvo a cambio de su ingreso en el Batallón 601.
Allí conoció a por lo menos dos personajes que seguiría tratando a lo largo de su existencia: los agentes civiles Horacio Américo Barcos y Juan Daffunchio. El primero sería designado en 1996 por el propio Martínez como interventor de la seccional Tres Arroyos de la Uocra; actualmente, cumple en Santa Fe una condena de 15 años de prisión por su participación en delitos de lesa humanidad. El otro, a su vez, fue abogado de la filial santafesina de la Uocra.
El cuanto a las labores cumplidas por Martínez en el Batallón 601, no hay demasiada información. Es de esperar, claro, que el juez Torres lo indague por ello, además de cotejar la existencia de un posible vínculo entre él con las circunstancias por las cuales 105 compañeros suyos terminaron por engrosar la lista de desaparecidos.
Ya se sabe que en su infidencia al autor de esta nota, Vérgez sitúa el ingreso de Martínez al Batallón 601 a fines de 1981. En aquel entonces, la dinámica de los secuestros y asesinatos efectuados por los grupos de tareas habían mermado en un 70 por ciento. Lo cierto es que los ojos y oídos del régimen comenzaban a apuntar hacia otra dirección: el frente sindical. De hecho, Saúl Ubaldini ya operaba sobre la unidad de las corrientes gremiales opuestas a la dictadura y los dirigentes que, hasta entonces, habían mostrado una actitud conciliadora con los militares. Este proceso derivaría en la fundación de la CGT Brasil, a fines de 1980, y también en la primera huelga general contra el régimen. El 7 de noviembre de año siguiente –cuando Martínez ya era un orgánico del Batallón 601–, Ubaldini marchó a la cabeza de diez mil manifestantes frente a la iglesia de San Cayetano. Y el 30 de marzo de 1982, protagonizó una manifestación en Plaza de Mayo duramente reprimida. En semejante marco, la inserción de Martínez en la Uocra, uno de los gremios que participaron activamente de ese proceso, fue seguramente un elemento de gran valía para la Inteligencia militar, habida cuenta de que el espía ya era considerado como “uno de los jóvenes brillantes del ubaldinismo”, tal como consignó en esa época una nota del diario La Nación.
La vuelta del albañil al redil. Es probable –a pesar de no existir por ahora ninguna constancia al respecto– que el Batallón 601 haya desactivado al agente Gerardo Martínez en los tiempos inmediatamente posteriores al derrumbe de la dictadura. Sí, en cambio, se sabe que a partir de 1984, el Negro se volcó de lleno a la actividad gremial. Y con una carrera meteórica.
Tanto es así que durante los albores del alfonsinismo, se convirtió en ladero del entonces secretario general del gremio, Alejo Farías. Por cuenta de éste haría algunas tareas poco simpáticas, como ordenar en 1986 la intervención de la filial neuquina de la Uocra, para lo cual recurrió a la represión policial.
El gran salto lo dio en 1990, cuando fue elegido secretario general del gremio. Entonces se sumó a la CGT San Martín, integrada por los dirigentes menemistas más recalcitrantes. A partir de entonces, este taurino, hincha de Boca, esposo ejemplar y padre de tres hijos, comenzó a tocar el cielo con las manos. Tras la reelección de 1995, el Negro, quien ya solía compartir la mesa del Presidente en el restaurante Fechoría –el nombre es una pura casualidad–, accedió a la conducción de la CGT. Desde aquel sitial, participaría activamente en el desguace del Estado. El fin de la década menemista lo sorprendió con un escándalo: sus hombres de confianza en el gremio fueron penalmente denunciados por extorsionar a empresarios.
Actualmente, en paralelo a la dirección de la Uocra, también funge como secretario de Administración de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Sinuoso como una anguila, a fines de 2010 su nombre comenzó a sonar como posible candidato para suceder a Hugo Moyano. Quien impulsaba llegada a la cúspide de la central obrera fue nada menos que el operador político de Techint, Luis Betnaza. Pero algo falló.
El 15 de mayo, una nota de Horacio Verbitsky en Página 12 deslizó la primera señal de que el Poder Ejecutivo poseía “un informe descalificatorio sobre la actuación de Martínez durante la dictadura militar”.
Ahora todo indica que su su próximo paso será sentarse en el banquillo de los acusados.
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